Archivos para junio, 1022

Tras las invasiones vikingas del siglo IX, Inglaterra logró una recuperación relativamente rápida. Al mando de los anglosajones, Alfredo el Grande, rey de Wessex (871-899), venció a los daneses y llegó a controlar todo el sur de Inglaterra, entre Wessex y Danelaw. Transformó el ejército, la justicia y la educación; creó una flota, fortificó ciudades y fundó grandes escuelas para los hijos de los nobles y de los hombres libres y ricos. Sus reformas sentaron las bases, que permitieron a sus sucesores recuperar Mercia y Northumbria, que aún permanecían bajo dominio danés. Así a 30 años de la muerte de Alfredo, las zonas del este y el norte de Inglaterra, tomadas con tanta ferocidad por los daneses en los años 860 volvieron nuevamente al dominio anglosajón, permitendo al rey Athelstan (924-939) imponer su autoridad sobre toda Inglaterra.
Durante un largo intervalo de paz, se pudo reorganizar la cultura monástica, desmantelada por los daneses; y se produjo un gradual desarrollo de las tradiciones carolingias. La actividad misionera propagó el Cristianismo, llegando los misioneros ingleses a predicar en la misma Dinamarca, donde se fundaron los obispados de Ripen y Aarhus en 948. De esta forma cuando una segunda ola de invasiones vikingas comenzó en el siglo X, se estaba frente a un caso de cristianos que luchaban contra cristianos.
La paz se vio interrumpida otra vez, a principios del siglo XI. Aprovechando la crisis política que vivía Inglaterra por entonces y los errores Etelredo II los daneses invadieron nuevamente el país, y los anglosajones se vieron forzados a reconocer como rey al monarca danés Sven Forkbeard en 1014. El gobierno del hijo de éste, Canuto (1016-1035), fortaleció al reino anglosajón en lugar de debilitarlo, fue un gobernante piadoso, generoso con la Iglesia y conciliador entre ingleses y daneses. Gracias a la obra de Canuto, llamado el Grande, Inglaterra fue el país más ordenado y civilizado de Europa occidental durante la primera mitad del siglo XI. El gobierno real funcionó mediante una burocracia incipiente y el ejército profesional permanente le dio más seguridad que nunca.
Tras la muerte de Canuto y sus sucesores, Inglaterra entra en crisis y la corona vuelve en 1042 a la dinastía sajona en la persona de Eduardo el Confesor (1042-1066). En esta etapa Inglaterra experimenta un debilitamiento frente a los peligros exteriores, y la aristocracia anglosajona adquiere un gran poder, asumiendo la tarea de defender el reino.
Muerto Eduardo sin herederos, en 1066, queda abierta la lucha por el trono Inglés entre Harold, jefe de la nobleza sajona, y Guillermo, duque de Normandía. La disputa se decide en Hastings a favor de los normandos, quienes hacia 1070 consiguen controlar la totalidad de Inglaterra.
Con la conquista normanda supone para Inglaterra profundas trasformaciones en sus estructuras básicas. La vieja casta dirigente anglosajona fue, en buena medida, reemplazada por una nueva nobleza basada en el elemento normando vencedor. Se introdujo un sistema feudal que reservaba grandes cuotas de poder a la Corona, se establecieron representantes reales (sheriff) en cada condado; y la Iglesia fue reformada, a partir de 1070, bajo la conducción de Lanfranc, para adecuarla al nuevo modelo.
Sin embargo, aún dentro de esta estructura centralizada, que buscaba salvaguardar la autoridad real, Guillermo y sus sucesores debieron ceder considerables cuotas de poder. Se reforzaron los poderes de la Iglesia para asegurar el apoyo del Papado frente a otros aspirantes al trono; y la nobleza feudal obtuvo el reconocimiento de algunas libertades y privilegios a cambio de su lealtad. Estas concesiones si bien se volvieron contra la pretendida política centralizadora y absolutista de la Corona, permitieron consolidar el nuevo orden normando en Inglaterra y garantizaron la paz hasta la muerte de Enrique I en 1135.
Al morir Enrique sin heredero varón, su sobrino Esteban de Blois logra ser reconocido como rey. Su reinado (1135-1154) será un periodo de anarquía general marcado por su lucha con la hija de Enrique I, Matilde, que le disputaba el trono. Finalmente las partes acuerdan que a la muerte de Esteban este será sucedido por Enrique Plantagenet, hijo de Matilde y heredero de la Casa de Anjou.
El ascenso al trono de Enrique II en 1154, como se había acordado, devuelven la paz y el orden internos a Inglaterra, y la hacen mirar aún más hacia Francia. Ahora la monarquía inglesa, une a su posesión francesa de Normandía los territorios de la Casa de Anjou, que incluyen Anjou original, Maine y Turena, de los que Enrique II es heredero. A estos dominios se unieron el poderoso ducado de Aquitania por el matrimonio del rey con Leonor, su heredera, en 1152, e Irlanda, conquistada en 1172. Estas enormes posesiones territoriales se vieron reforzadas con la creación de una red de alianzas y vasallaje en la que entraron Flandes (1163), Escocia (1173), Bretaña (1185) y Gales, lo que permitió a Inglaterra fortalecer su posición frente a su más encarnizado rival: la Francia de los Capeto.
En el plano interno Enrique II reformó la administración y la justicia, con el fin de robustecer el poder real. Pero sus políticas centralizadoras le provocaron constantes fricciones con la nobleza feudal y le enfrentaron a la Iglesia entre 1164 y 1170, que, dirigida por Tomás Becket, rehusó someterse a la autoridad real, logrando conservar buena parte de sus privilegios.